La voz de un amo
Hace unas semanas en el aeropuerto de
Peinador, Vigo, se despedía una parejita juvenil y enamorada. Él era un chico
pálido, con esa blancura fantasmagórica en la piel que hace aflorar venas
verdes en los brazos. Ella, una niña rubia con ojeras que no se quería despegar
de él. Estuve observándolos un buen rato mientras me quitaba la ropa. Las
medidas de seguridad de los aeropuertos tienen a veces cosas insólitas: te
sacas el abrigo, la bufanda y las botas mirando de reojo a una pareja y esa
pareja ya no sabe qué pensar. Bien pudieron dirigirse hacia mí diciendo: “A lo
mejor de tanto desnudarte te va a empezar a pitar la cara”.
Finalmente ella se separó de él y dio
varios pasos camino a los detectores. Entonces su pareja empezó a llamarla. Ella
no se enteró, así que él, con esa sonrisa tonta que se nos pone cuando los
demás oyen pero la persona a la que avisas no, insistió. Pero la chica miraba
el móvil. Así que él, tan pálido, enrojeció un poco y volvió a llamarla, esta
vez con los dientes apretados. A pesar de que bajó el tono de voz ella se dio
la vuelta alarmada. Fue tan desagradable que al momento reconocí la ira
contenida en la forma de pronunciar un nombre para que te atiendan: así llamaba
yo a mi perro cuando no me hacía caso.
Era la voz de un amo, una especie de
ultrasonido que ella detectó al instante a pesar de que dos segundos antes la
había llamado a voz de grito. En cuanto el chico se olvidó de dónde estaba y le
dio una orden, obedeció al instante. Tarde, porque al girarse de forma tan
nerviosa, disculpándose tan patéticamente, él le dijo “ahora tira, anda” y se
largó. En el avión, antes de despegar, ella escribió frenéticamente en el
móvil. Cuando despegamos y se quedó sin cobertura, se puso a llorar.
Allí estaba aquella juventud eclipsada
por el amor dirigiéndose a una relación de mierda. Allí estaba la niña
haciéndose mayor en medio de algo que no reconoce como anómalo. Allí estaba el
machismo de peor especie: el que sólo necesita modular el tono. El nombre de
ella en boca de él: impaciencia, sumisión, acatamiento, amenaza. Fue desolador
que no le diese una bofetada; si se la hubiese dado había allí, en el
aeropuerto, varios voluntarios que le hubiesen partido la cara de inmediato.
Pero no necesitó pegarle. Probablemente no lo necesite nunca. Y censure, muy
concienciado, la violencia de género cuando salga en el telediario.
Amaestradita la tienes, hijo de puta.
Manuel Jabois (El País, 16/03/2016)
No hay comentarios:
Publicar un comentario